Madera Fina: Pasen, que aquí cabemos todos 

Por Chepita Gómez

Venezuela no es solo un país; es un crisol con patas, un lugar donde el mundo se ha dado cita desde mucho antes de que las maletas se convirtieran en nuestro equipaje de mano colectivo. No es noticia de última hora: los venezolanos llevamos siglos abriendo la puerta, poniendo un plato extra en la mesa y preguntando “¿te provoca un cafecito?” sin importar si tu acento viene de Nápoles, Madeira, Damasco o Cúcuta. Nunca pedimos pasaporte para sentarte a comer arepas.  Pero hoy, esa esencia hospitalaria choca de frente con un viento helado que sopla desde el norte: las políticas de Donald Trump, cargadas de xenofobia, que amenazan con arrancar de raíz a cientos de miles de venezolanos en Estados Unidos, al ponerle fin al Estatus de Protección Temporal (TPS).

Hablemos claro: Venezuela ha sido tierra de acogida desde siempre. En los 50, cuando Europa estaba en ruinas, los italianos llegaron con sus manos hábiles y nos dejaron pizzerías que hoy son tan venezolanas como el sol de Maracaibo. Los portugueses convirtieron el cachito en un himno mañanero; y los árabes nos enseñaron que el shawarma puede ser tan criollo como el queso guayanés. No les pedimos que se despojaran de su identidad; les dimos un espacio para que la mezclaran con la nuestra. Esa es nuestra fortaleza, nuestra madera de primera: no sólo resistimos, sino que integramos, crecemos, brillamos.

Pero ahora, en 2025, la administración Trump ha decidido que esa historia no vale nada. Con la revocación del TPS, más de 600,000 venezolanos que huyeron de la crisis de Maduro —una crisis que el propio Trump ha condenado— enfrentan la deportación. ¿La justificación? Una mezcla de pretextos endebles y estereotipos baratos, mientras Trump y sus aliados pintan a los inmigrantes como una amenaza, un discurso que apesta a xenofobia y que ignora la realidad de un país.

Por suerte, el juez Edward Chen, en San Francisco, dijo “hasta aquí”. El lunes 31 de marzo, bloqueó la revocación del TPS, argumentando que la decisión de Noem era “arbitraria, caprichosa y motivada por animosidad racial”. Una victoria temporal que mantiene las protecciones mientras el caso sigue en los tribunales.

Chen no se anduvo con rodeos: señaló que las declaraciones de Trump y Noem —llamando a los venezolanos “criminales” y “basura”— apestan a racismo y carecen de evidencia. Dijo que el daño de deportar a cientos de miles sería irreparable, no sólo para ellos, sino para las comunidades y la economía estadounidense. Y mientras el gobierno tiene una semana para apelar, los venezolanos en EE.UU. respiran aliviados, aunque con cautela. Porque esto no acaba aquí: la administración Trump ya ha llevado casos similares a la Corte Suprema, y con su mayoría conservadora, el futuro del TPS pende de un hilo. De hecho, el Servicio de Ciudadanía e Inmigración (USCIS) acató la decisión de frenar la eliminación del TPS para los migrantes venezolanos, pero sólo por 18 meses.

Esto no es únicamente un ataque a los venezolanos; es un portazo a lo que somos. Pienso en Doña Rosa, la portuguesa que llegó con una receta de bacalao y terminó siendo la abuela postiza de muchos, o en Samir, quien trajo su té sirio y lo sirvió con una sonrisa caraqueña. Esos son los venezolanos que hoy tiemblan en Miami, Chicago o Nueva York, temiendo que les arranquen la vida que han construido con sudor y esperanza. Y no son “dirtbags” —como Noem los llamó en Fox News—, son médicos, ingenieros, maestros, emprendedores que pagan impuestos y sostienen comunidades.

Nosotros, los de madera fina, seguimos adelante. En la diáspora, el venezolano no se rinde: monta su arepera, ofrece su café, dice “pase, mi pana” aunque el suelo tiemble. Pero no nos engañemos: estas leyes nos cierran puertas e intentan borrar lo que somos. Venezuela siempre ha sido una casa grande, desordenada, ruidosa, con espacio para todos. Trump quiere que dejemos de serlo, que nos convirtamos en sombras asustadas. Pero aquí estamos, desafiantes, irreverentes, demostrando que no hay decreto que pueda apagar lo que brilla en nuestra esencia.

En la Venezuela de siempre, que hoy está regada por todo el mundo, hubo —y habrá— espacio para todos. Así que pasen, que aquí cabemos. Y si no, empujamos la mesa un poco más.

Chepita Gómez

Apasionada de las comunicaciones en todas sus expresiones. Comunicadora Social con maestría en Ciencias políticas de la Universidad Simón Bolívar (Caracas) y estudios en Newfield, Escuela Internacional de Coaching Ontológico. Con más de 30 años de experiencia en el campo de las relaciones públicas y las comunicaciones, Chepita Gómez es directora de El Informador Venezuela. 

 

 

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