Mitos, liderazgo, y el peso de las decisiones históricas
Cuenta la leyenda que José de San Martín y Simón Bolívar se reunieron en Guayaquil el 26 de julio de 1822 para discutir el destino de la independencia suramericana. Entre los temas cruciales uno destacaba: qué hacer con la liberación del Virreinato del Perú. San Martín, tras múltiples obstáculos en su campaña, se hallaba en una verdadera encrucijada.
Los detalles de aquella conversación siguen envueltos en misterio, pero se especula que el general rioplatense reconoció que era Bolívar quien tenía la voluntad, el ímpetu y el temple para tomar las decisiones difíciles que el momento exigía. Hoy en día, San Martín es mucho más querido que Bolívar en tierras peruanas, ya que se alega que el Libertador caraqueño fue excesivamente duro con los residentes de aquella nación. Sin embargo, fue Bolívar, junto a su mano derecha, el mariscal Sucre, quienes llevaron la guerra hasta su desenlace, asegurando la victoria final. Este episodio, tan relevante para la causa venezolana, debería hacernos reflexionar sobre el hecho de que existen distintos tipos de liderazgo y que su efectividad depende del contexto en el que se ejerzan. En la historia de América Latina, esto ha sido más que evidente.
Pero, más allá de cualquier debate sobre el legado de Bolívar, que, por supuesto, tiene algunas sombras, nadie podría negar que fue un absoluto ganador. La meta se había trazado y se haría todo lo necesario para alcanzarla. Ese era su modus operandi. Dicho esto, también es cierto que ambas figuras merecen reconocimiento: San Martín, por su inteligencia y humildad al saber cuándo dar un paso al costado y Bolívar por comprender que, si asumía el mando, lo haría hasta el verdadero final, hasta lograr el objetivo. Ninguna de estas dos posturas es fácil, ni mucho menos y en el camino se tomaron decisiones de alta complejidad moral. Pero como diría Gianni Agnelli, el legendario empresario italiano: «Ganar no es importante; es la única cosa que cuenta».
Cruzando el Rubicón
En el año 49 a.C., el famoso general Julio César, quien en ese entonces todavía no lideraba Roma, llevó a su ejército a través del río Rubicón, la frontera que separaba Italia de la antigua Galia. Este acto era ilegal, pues los gobernadores romanos no podían ingresar en territorio italiano sin el permiso explícito del Senado. Fue en ese instante decisivo cuando César pronunció la célebre frase: «alea iacta est» (la suerte está echada), y reconoció que ya no había vuelta atrás. Por un sinfín de razones en las que no entraremos aquí, decidió proceder y declararle la guerra a Pompeyo y a sus aliados del Senado; había aceptado su destino, tomado su decisión y avanzado hacia Roma hasta conseguir la victoria.
Entre los académicos e historiadores existe un viejo debate sobre cuáles son las condiciones que más influyen en la vida de los seres humanos. Los marxistas, en su característica obsesión colectivista, sostienen que los líderes son simplemente consecuencia de los factores sociales y que la lucha de clases es, y siempre ha sido, el motor fundamental de la historia de la humanidad. Es decir, alegan que los líderes son secundarios a la estructura social. Otros, como el escritor escocés Thomas Carlyle, argumentan que es el individuo quien más importa y que, por consecuencia, son los líderes quienes moldean la sociedad a través de sus acciones.
Por supuesto, yo me suscribo a esta última idea, pues me resulta claro que los grandes líderes son quienes marcan el camino; siempre ha sido así. Quizás otra manera de decirlo es que, usualmente, como va el líder, va la gente. La historia nos da pocas figuras de semejante estatura, aquellas capaces de trascender las inseguridades comunes del ser humano y atreverse a «cruzar el Rubicón». Pero cuando estas figuras aparecen y dan un paso al frente, todo cambia.
El Dharma
En el famoso libro hindú Bhagavad Gītā, el dharma es el deber sagrado, la justicia y el orden moral que rigen el universo. En este escrito, antes de la batalla principal, el protagonista, Arjuna, duda al ver a seres cercanos entre las filas enemigas que atacaban su reino. Desesperado, se resigna y se niega a entrar en combate para defender a su gente. Es en ese momento cuando el dios Krishna aparece y le enseña que su obligación es luchar por la justicia, por lo correcto, por su deber. Según esta leyenda, el destino ya estaba escrito, y Arjuna era solo un instrumento del orden universal. Krishna le muestra que el deber debe estar por encima de las emociones personales y que, simplemente, le correspondía luchar porque su dharma así lo exigía.
«Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos», le dijo Krishna para hacerle entender que era un dios con poderes sobrenaturales. Esta es la frase icónica que J. Robert Oppenheimer citó tras la detonación de la primera bomba atómica, ilustrando la carga inmensa de semejantes decisiones. Oppenheimer nunca quiso diseñar armas nucleares, lo dejó muy claro, pero comprendió que, si él no lo hacía, los Nazis lo harían primero, y esto habría sido catastrófico. En otras palabras, Oppenheimer entendió y aceptó su dharma, aunque esto lo torturó toda su vida.
Este concepto también lo plasmó J. R. R. Tolkien en su magnum opus, El Señor de los Anillos, cuando Frodo, el protagonista, le confiesa al sabio mago Gandalf, que él no deseaba vivir lo que
estaba viviendo, que no quería ser el elegido ni enfrentar la carga que le había sido impuesta. A lo que Gandalf le respondió: «No nos corresponde elegir los tiempos en los que vivimos. Lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado». Se podría decir que esa frase identifica a los venezolanos, ya que a nadie le agrada tener que vivir en esta era de la destrucción del país. Pero esto es lo que nos ha tocado, es nuestro dharma. Lo importante no es qué tan injusto nos parece, sino qué estamos dispuestos a hacer al respecto. O, si lo ponemos en términos de la filosofía cristiana, se trata de comprender que la utopía solo existe en el cielo, pero que aquí, en este mundo, las grandes decisiones implican grandes sacrificios.
Una Nueva Reunión de Guayaquil
Hoy en día, Venezuela se encuentra en una situación similar a la de Guayaquil de aquel entonces, pues lo que se decida marcará la historia del país y quizás la del continente por los próximos cien años. La inmensa mayoría de la población anhela su libertad, pero enfrenta a un enemigo capaz, comprometido y dispuesto a usar la fuerza sin miramientos.
En resumen, podríamos concluir que hay momentos que requieren un San Martín y otros en los que se necesita un Bolívar. Lo peligroso es pretender alcanzar la victoria en un contexto que demanda un Bolívar, pensando que se puede actuar como un San Martín. Dejo al lector la tarea de determinar qué tipo de liderazgo y decisiones se requieren en Venezuela, pero me atrevería a decir que la respuesta está bastante clara.
Para no indagar mucho en este último tema, lo que sí se puede afirmar con certeza es que la vida no es como quisiéramos que fuera; la vida es lo que nos toca vivir. La existencia humana, tiene un «dharma» en el que cada persona juega un papel distinto y cumple una misión. La verdadera pregunta es si el liderazgo venezolano está dispuesto a comprenderlo, y si será capaz de hacer lo que se debe hacer para lograr lo que se quiere lograr. O, en su defecto, si tendrá la inteligencia y humildad de cederle ese papel a quienes sí estén dispuestos a hacerlo. La idea no es jugar por la inercia de querer participar en el juego, sino de jugar para ganar. De eso se trata todo esto.
Jesús A Riera Sánchez
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